En pocos días, miles de jóvenes caminarán hacia la PAES con ese nudo silencioso que todos, alguna vez, hemos sentido
Chile vuelve a vivir su rito anual: mochilas cargadas de cuadernos, expectativas ajenas y ese susurro que insiste en que “aquí te juegas el futuro”. Pero ¿cuándo decidimos que una prueba podía condensar la vida entera? ¿Por qué seguimos alimentando la ficción de que el talento cabe en una hoja numerada?
La evidencia lleva años diciéndonos algo que parece obvio y, sin embargo, ignoramos: el bienestar es un predictor más poderoso que la sobre exigencia. La OCDE lo ha reiterado con fuerza: una mente tranquila rinde mejor que una mente atemorizada (OECD, 2022). Y Carol Dweck ha demostrado que creer en la posibilidad de crecer es más determinante que cualquier puntaje (Dweck, 2017). Aun así, seguimos presionando a jóvenes que, más que fórmulas o textos literarios, necesitan respirar y confiar en sí mismos.
Por eso, si pudiera ofrecerles una brújula para estos días, no sería un manual técnico, sino un recordatorio profundamente humano. La semana previa no es para devorar guías hasta la madrugada, sino para ordenar lo aprendido y permitir que el sueño —ese aliado silencioso cuyo valor el neurodesarrollo ha confirmado una y otra vez (American Academy of Sleep Medicine, 2021)— haga su trabajo.
Tampoco es tiempo de conversaciones fatalistas. Las emociones de quienes rodean a un estudiante influyen directamente en su rendimiento, algo que Pekrun ha estudiado con profundidad (Pekrun, 2014). Las familias deberían saberlo: su rol no es empujar, sino sostener. Preguntar cómo se sienten antes de preguntar cuánto sacaron en un ensayo. Acompañar desde la calma y no desde el miedo.
El día previo, lo esencial es bajar el ritmo. Caminar un rato, repasar sólo lo justo, hidratarse, dormir temprano. Nadie necesita la épica del sacrificio para rendir bien. Lo que se necesita es lucidez, y la lucidez nace del descanso, no del agotamiento. Y el mismo día de la prueba, llegar con tiempo, respirar hondo, mirar el formulario como quien abre una puerta y no como quien enfrenta un abismo.
Porque la PAES es eso: una puerta, no un veredicto. Un paso, no un destino. No mide la creatividad, ni la sensibilidad, ni la persistencia con que alguien persigue un sueño. ¿Cómo podría entonces definir un futuro?
En estas semanas intensas, quizás la pregunta más honesta no es “¿cuánto sacaré?”, sino “¿qué camino quiero seguir más allá de esta prueba?”. Y tal vez debamos preguntarnos, como país, si seguiremos repitiendo que todo depende de un número o si seremos capaces de construir trayectorias que no reduzcan la vida a una escala.
La PAES pasará, como pasan todas las pruebas. Pero el horizonte de cada joven seguirá ahí, esperando ser elegido sin miedo. Que ninguna prueba apague esa esperanza.






