La reciente modificación del Plan de Evaluaciones 2024-2026 anunciada por el Ministerio de Educación ha generado debate sobre cómo medimos los aprendizajes en nuestras escuelas
Si bien se declara que estos ajustes buscan optimizar la evaluación y toma de decisiones para los establecimientos, no debemos perder de vista que las pruebas estandarizadas, como el SIMCE, ofrecen una mirada parcial y a veces distorsionada de la educación. Como bien señala Alejandro Pérez en una columna de opinión publicada hace unas semanas, los resultados del SIMCE provocan «un nerviosismo para nada pedagógico» en el sistema escolar, enfocándonos más en las cifras que en el proceso educativo real y sus contextos, así nos señala Camila Leigh González, Profesora Investigadora, Facultad de Educación y Ciencias Sociales (FECS), UNAB Sede Viña del Mar.
Tal parece que no nos hemos preguntado: ¿Qué queremos y esperamos que se enseñe en las aulas? ¿Por qué priorizamos ajustes en una prueba estandarizada y no nos dedicamos con igual esfuerzo a fomentar en las aulas el gusto por la lectura?
El lenguaje no es solo un medio para comunicarnos, es una herramienta esencial para la construcción del mundo personal y social. Aprender a leer nos permite adquirir la capacidad de descifrar palabras y de desarrollar la habilidad de comprender, imaginar y pensar críticamente. Los estudios, como el informe PISA 2022, muestran que cuando los estudiantes disfrutan de la lectura, su rendimiento mejora sustancialmente, lamentablemente Chile presenta puntajes inferiores al promedio de otros países en matemáticas, lectura y ciencias. En particular en lectura, los resultados son peores que los del 2015 y cercanos a los que se observaron entre 2006 y 2012. Esto subraya la importancia de impulsar una motivación intrínseca hacia la lectura, más allá de los resultados en pruebas estandarizadas.
La motivación lectora y la autoestima lectora son trascendentales para que los estudiantes se acerquen a la lectura y se comprometan con ella. La lectura debiese ser un placer, no una tarea forzada, y es aquí donde el sistema educativo está llamado a hacer un cambio paradigmático. Debemos preguntarnos cómo las políticas educativas y las prácticas en las aulas pueden reforzar positivamente la percepción que tienen los estudiantes sobre la lectura.
Por ejemplo, algo tan sencillo como permitir que los estudiantes elijan los libros que quieren leer puede aumentar significativamente su interés y compromiso con la lectura. O hacer evaluaciones diversificadas del aprendizaje, ¿cuántos de nosotros fuimos disfrazados de un personaje al colegio para presentar de qué se trataba el libro? Yo nunca tuve esa posibilidad, pero me habría encantado. Preguntemos casos de éxito, preguntemos a los profesores y profesoras que están convocando a sus estudiantes y motivando la lectura ¿cómo lo hacen?, y luego veamos cómo podemos replicarlo.
En lugar de ajustar periódicamente las pruebas estandarizadas, necesitamos un enfoque educativo que valore y promueva la lectura como una actividad gratificante y enriquecedora. Solo así podemos esperar que la próxima generación no solo sepa leer, sino que elija leer.
La invitación que nos hace este reciente debate a educadores, padres, y formuladores de políticas es a reflexionar sobre estos puntos y considerar cómo podemos construir juntos un sistema educativo que ponga la experiencia lectora en el corazón del aprendizaje.