Un fantasma recorre las elecciones chilenas: el fantasma del voto oculto. Se ha convertido en un verdadero commodity; nadie sabe en manos de quién terminará
Y de hecho, las cinco candidaturas con más apoyo lo consideran dentro de sus análisis (podemos decir que ni MEO, ni Mayne-Nicholls ni Artés podrían conseguir algo atractivo, ni aun capitalizando gran parte de los votos ocultos).
Es la esperanza que mantiene vivos los comandos, la excusa para quienes van abajo y el paracaídas para los que temen caer, así lo señala Roberto Munita Morgan, Director Administración Pública UNAB.
Lo interesante del voto oculto es que no está en las encuestas, pero define las elecciones. Nos preocupamos mucho por lo que nos dicen los números, pero poco por lo que no nos dicen. Porque, en rigor, no existe un solo voto oculto. Hay al menos tres.
El primero es el voto incómodo: el de los huérfanos de Tohá. Aquellos que miran con susto un balotaje entre Kast y Jara. Muchos de ellos terminarán votando por Matthei. Ha habido esfuerzos cuantitativos, como la famosa red de más de 100 personeros de centro o centroizquierda que han decidido apoyar a la exalcaldesa de Providencia. No obstante, un esmero más profundo y cualitativo, como el del exconcejal Jaime Parada, puede generar más impacto. Es verdad que no todos los viudos de la Concertación cruzarán el Rubicón, pero es probable muchos que están en la duda, en el silencio de la cabina secreta, terminarán marcando la raya en el 7. No con entusiasmo, no porque ahora sean “momios”, sino por otra convicción: evitar los extremos. ¿Se puede pensar en algún voto más oculto que este?
Después tenemos el voto indeciso. Hoy, una encuesta con un 10%-20% de respuesta se considera buena. Eso significa que el 80% o más no contesta. No se trata de deslegitimar este hecho (por algo se hacen muestras, no un censo, y por algo se construyen los factores de expansión) pero es clave entender el sesgo de confirmación: los más interesados en política son probablemente los más tendientes a contestar encuestas, y por tanto, es difícil que aparezcan tantos indecisos. Pero de que los hay, los hay. Son los que seguirán cambiando de opinión hasta estar en la fila para votar. Este es un voto esquivo, impredecible y desideologizado, difícil de encasillar, porque muchas veces las fronteras son tenues.
Pero falta el voto obligado. Es la inmensa multitud de nuevos electores, que no han votado en presidenciales hasta ahora, primero porque no estaban inscritos, y luego porque el voto era voluntario. Pero ahora irá en masa, no por un repentino ataque de educación cívica, sino por miedo a la multa. Estos nuevos electores desconfían del sistema, son individualistas, y tienden a castigar a quien gobierna. Por eso, es un voto que se irá más probablemente a la oposición.
No hay que rendirle culto, pero sí hay que preocuparse del voto oculto. Con un escenario así, nada está ganado. Porque hasta que no se abran las urnas, la noche del 16 de noviembre, no sabremos a ciencia cierta cuánto pesan los votos ocultos.






