
Cada 26 de agosto recordamos la creación, en 1942, de la Dirección General de Enseñanza Profesional, hito que dio origen institucional a la Educación Técnico Profesional (ETP) en Chile
Sin embargo, más allá de la conmemoración histórica, esta fecha nos interpela sobre cuánto hemos hecho —y cuánto aún nos falta— para dignificar un camino que debería ser de movilidad social y no de desigualdad perpetuada.
La ETP es hoy una puerta temprana al mundo del trabajo. Según datos de la OCDE (2020), los países que fortalecen sus sistemas de formación técnica logran mayores tasas de empleabilidad juvenil y mejores condiciones de transición hacia la educación superior. Chile, en cambio, sigue arrastrando una deuda: convertir esta opción en una vía de prestigio, innovación y oportunidades reales. ¿Por qué aún muchos jóvenes la ven como una alternativa “de segunda categoría”? así nos indica Juan Pablo Catalán, académico de Educación y Ciencias Sociales UNAB.
La UNESCO (2022) ha insistido en que la educación a lo largo de la vida es condición indispensable para el desarrollo humano sostenible. En este sentido, la formación técnica no debería ser un destino final, sino el primer paso de un itinerario continuo de aprendizajes que permitan avanzar hacia títulos superiores y mejores condiciones de vida. Sin embargo, en Chile la gratuidad en la educación superior se concibe todavía como un beneficio restringido en tiempo y espacio. ¿No debiésemos pensar en una gratuidad extendida a lo largo de la vida, entendiendo que hoy los saberes se renuevan con la misma rapidez con que cambian las tecnologías?
La educación técnico profesional, bien diseñada, es clave para reducir las brechas económicas y sociales. El Mineduc (2023) ha reconocido que más del 40 % de la matrícula escolar del país corresponde a liceos técnicos, lo que revela la magnitud del desafío. Pero aún persiste la precariedad: infraestructura deficitaria, laboratorios obsoletos, docentes técnicos que no siempre reciben actualización ni incentivos, y carreras desalineadas de los polos productivos y científicos que Chile necesita. ¿Podemos hablar de calidad si seguimos formando a nuestros jóvenes en talleres que parecen detenidos en el tiempo?
El desafío es claro: necesitamos un sistema de ETP atractivo y robusto, que entregue a los jóvenes las competencias que el país requiere en ciencia, tecnología e innovación. Para ello, se requiere inversión sostenida, programas de actualización docente, renovación curricular y, sobre todo, un cambio cultural que valore la educación técnica como una opción de prestigio y no como una salida de descarte.
Hoy, más que conmemorar, debemos preguntarnos: ¿qué país queremos construir si seguimos relegando a un segundo plano a quienes sostienen con su trabajo los cimientos de nuestra economía? La educación técnico profesional no puede ser solo el recuerdo de un decreto de 1942; debe ser la apuesta de Chile por un futuro más justo.
Si la educación es realmente el vehículo para la movilidad social, como tantas veces se repite, entonces asegurémosle combustible para toda la vida. No podemos seguir celebrando sin transformar.