Se acabó la poca paciencia que tenemos. Llegaste al límite de lo permitido y al punto cúlmine del quiebre
Arribaste a Rancagua con cartel de triunfador y jamás demostraste en cancha de qué estabas hecho. Algunos creen que tus entrañas son de “humo”. Otros sostienen que el verso y la poesía eran tu ruta luminosa en la vida. Y los más sarcásticos piensan, con justa razón, que no tienes idea de fútbol y que te aferras al cargo por la “jugosa” indemnización.
Sin embargo, no te dio vergüenza alguna reconocer que deseas quedarte, aún cuando el túnel es largo y oscuro. Desde la virtualidad remota que nos acompaña en pandemia, los hinchas sacuden la rabia frente al televisor, duermen mal por las noches y ya se proyectan jugando en los “potreros”, confinados a recorrer Chile por obligación y mirando a los grandes por el CDF.
¡Indigno!, gritan en las gradas vacías del estadio El Teniente. ¡Toma tu pasaporte sanitario y ándate!, se escucha en la tribuna Andes. No obstante, ese silencio y ausencia aún te permite sostener un proceso muerto, que ya es un error constante y permanente de quienes contratan en O’Higgins.
La caída es libre y de bruces al suelo, sin siquiera tener oportunidad de reacción. La tabla de posiciones se pone roja y caliente, salpica las ansias y muerde la ilusión. El “golpe de timón” es ahora o nunca, porque sale más barato pagar 300 millones para que te vayas, que perder décadas en Primera B. No son necesarias tus palabras envolventes y cautivadoras para anunciar tu renuncia, el “pueblo celeste” se conforma con un portazo y candado por fuera.
Procura dejar las llaves en el cajón y ni te atrevas a llevar tu labor, que en Rancagua nunca, nunca, nunca existió. Graff, adiós.