Para muchos ir al estadio, no es un panorama más de fin de semana
Para muchos es un rito sagrado, un manto de ilusión invadido por recuerdos, alegrías, pasión y tristezas. Aún permanecen en mi mente, esos pasajes de niñez feliz, cuando mi padre, de la mano con cuatro hijos, nos introducía en este mundo bello, inmortal e imposible de abandonar.
Por eso, regresar al Teniente, es devolver el tiempo y llegar hasta las tardes de domingo, donde el clan Polgatiz, hacía la hora en población Isabel Riquelme, para partir caminando al recinto deportivo.
Es observar de nuevo, y con plena claridad, a mi tata Enrique, viejo “weno pal vino”, bombero de la 1era. Compañía, vestido de prístino terno gris para irse a ver a su amada “Celeste”.
Esta reapertura del complejo, es una fracción de horas que quedará en retina de familias completas, que encuentran muchas veces en este espacio, el lugar para conversar y volver a relacionarse, luego de arduos días de trabajo.
Es una oportunidad única de entregarse a los cánticos y los sabores propios de jornadas emocionantes y también decepcionantes.
“Sin más riquezas que una bicicleta al sol”, decía Gervasio. Y es el legado a las futuras generaciones nuestras, ya enamoradas de la camiseta y que piden a gritos estar presentes el sábado frente a Audax Italiano.
Volver al Parque y Estadio El Teniente, es recorrer historias, es repasar la vida con todos sus obstáculos, es olvidar los problemas afuera de sus muros, es sentirse cómodo en un ambiente de personas conocidas, que por años nos hemos visto las caras.
Regresar a sus graderías, es escuchar a los “16” y a todos aquellos que partieron al cielo sin ver al equipo campeón. Por ello, “ojalá que cuando mires a tu alrededor, no notes que la vida se te fue. Que a la hora de tu hora, no me dejen ver, el paso de los años en tu piel”.
Vamos y rememoremos los ecos del sentimiento más profundo, allí donde se fraguó este amor eterno, que cobijó a la “noche de los paraguas felices”, que nos destrozó el alma en esa tarde infernal ante Universidad de Concepción, pero que otra vez nos abre las puertas para decirnos que el estadio, más allá de su nombre, nos pertenece a todos, incluso a los que lucharon para remodelarlo por completo y nunca fueron reconocidos por autoridades mezquinas y sesgadas por ideologías políticas.
No importa que nos dieran pocas entradas, no importa que los líderes sociales no sean capaces de controlar al lumpen y de paso dejen pronto sus cargos de facto.
No importa que haga frío, llueva o truene. Relevemos la gracia de volver a casa, porque aunque el destino te confunda, no hay lugar más tibio y acogedor que la casa propia; el hogar con olor a comida hirviendo y característica, que no se encuentra ni en los más finos restaurantes.
Cuando yo ya no esté, ojalá me haga saber “que mis nietos crecen bien. Y ojalá que en el momento del adiós. Me recuerdes como te recuerdo yo”, estadio El Teniente.
