La teorización del fútbol contaminó la simpleza de un deporte masivo y que convulsiona al mundo desde sus inicios
Cuando las explicaciones inertes y distantes del léxico común y corriente agotan, emergen las fracturas entre audiencias que no se comprenden.
Tras la goleada de Curicó (la primera en su historia en Primera División) frente O’Higgins, la debacle futbolística y anímica se instaló en Rancagua.
Lo del domingo es calificado como Vergon-Soso y quizás ese apelativo sea exiguo para explicar con razones fundadas y técnicas, el desastre vivido a los pies del cerro Carlos Condell.
En la cancha no hubo sistema ni estrategia para escapar del mal momento. Mariano Soso, «adiestrador» del conjunto «Celeste» no hizo nada bien. Desde la conformación de la oncena, hasta los cambios desesperados, todos sin pena ni gloria, erraron el camino.
Las herramientas para enmendar el rumbo se quedaron en el camarín, mientras la impotencia de los hinchas ausentes, crecía y crecía en la capital regional.
Este técnico metafórico y de cultas expresiones, no tiene la capacidad para conducir el grupo que él mismo formó, porque los jugadores no creen ni sienten como suyas cada una de sus indicaciones.
Si a eso sumamos el quiebre ya presente con la hinchada y algún uno que otro desencuentro con la prensa, el escenario no es positivo para lo que nos depara el futuro.
Perder, ante el rival que sea, es parte del fútbol, mas, caer de la forma en que se hizo solo obliga a que la dirigencia apriete el botón de salida sin retorno
El fusible esta caliente, a veces hace cortes y te deja sin claridad. Soso y sus «colaboradores» caminan por una cuerda floja sin tensión y al extremo, solo a centímetros, los esperan sus maletas.
Es tiempo de escuchar a los líderes de esta institución, son ellos, directivos y jugadores quienes deben explicar cuál es el plan B para enderezar esta rocosa situación.