Desilusión, tristeza, rabia e impotencia, todos conceptos que reflejan el término del partido frente a Iquique en Rancagua
Estoy seguro que muchos golpearon el escritorio del trabajo, los que están en casa gritaron un garabato al cielo y aquellos que lo escuchaban por radio, imaginaron que el VAR no sancionaría el penal (ajustado a norma) de Cereceda.
Fueron 90 minutos extraños, donde a pesar de la localía, O’Higgins parecía seguir disputando el cotejo ante “U”. Si bien el pragmatismo “Dalcio” ha dado resultado, existen juegos en que debes ir más allá de tus convicciones, romper esquemas y salir a buscar el triunfo, porque esos no eran tres puntos cualquiera, era una victoria que te distanciaba para siempre de la Primera B y te ponía en órbita internacional fruto del trabajo.
El almuerzo fue amargo y cargado de críticas por lo exhibido. Las espinas del pescado frito son aun más puntiagudas y al pebre le faltó sal. Del puré ni hablar, aguachento y sin gusto, porque los “Celestes” carecieron de hambre para devorarlo en los momentos que se presentó en bandeja, la historia del martes 12 de enero.
La mesa quedó servida y el alimento sufrió la desidia de los comensales. Nadie se atrevió cucharear siquiera el plato frío del desgano, pues, es inconcebible que te remonten en los minutos finales cuando todo estaba bien guardado en el bolsillo y había plata suficiente para pagar la cuenta, propina onerosa incluida.
Del postre mejor ni hablar, allí permaneció incólume el suspiro limeño servido con “baranda”, una delicia despechada en tiempos complejos, donde el dulzor transforma la vida y baña de felicidad el momento. Pero esto es sin llorar y dar vuelta la página es un requisito copulativo para continuar avanzando. Sumar es valioso, pero se dejó escapar, por errores propios, la oportunidad de dar el salto. Empate agrío, como el limón que me terminé comiendo para reemplazar el banquete que tenía frente a mis ojos.