La noticia recientemente masificada en los medios de comunicación de la presencia de un niño de cinco años en las barricadas realizadas en la comuna de Santiago, y, en consecuencia, su abordaje mediático y social, pudiesen darnos luces acerca no tan solo de la situación proteccional que viven cada día niñas, niños y jóvenes, sino también de la construcción sociocultural de las infancias que históricamente se ha sostenido en nuestro país
Lo ocurrido plantea una oportunidad para, más allá del caso puntual, analizar lo que sucede con la infancia más vulnerable, alejando generalizaciones y estigmas.
Algunos de los titulares que fue posible reconocer en los medios de comunicación dan cuenta del hecho donde un niño de 5 años se habría registrado en distintas grabaciones participando de la realización de una barricada en el centro de Santiago.
Simbólicamente, el niño no tan solo está siendo víctima de la negligencia por parte de su grupo familiar de origen (no tan solo la progenitora, invisibilizando la responsabilidad de la crianza y el cuidado del progenitor), sino que mostrando deliberadamente en reiteradas ocasiones el video en las múltiples plataformas virtuales, propiciando así la construcción de discursos en torno a la historia del niño cargados de juicios personales en redes sociales y comentarios a dichos publicaciones.
Muchos de esos discursos han configurado la percepción de que las conductas manifestadas por este niño se enmarcan en la “disfuncionalidad familiar, la delincuencia, y la falta de cuidados por parte de los padres y familiares del niño”.
Pero esto según algunos autores no es nuevo. Esta percepción de inseguridad en el entramado social ha sido una construcción socio histórica de las infancias en nuestro país que históricamente ha estado teñida por una historia de vulneración desde el trabajo infantil en las minas de Lota como lo representaría Baldomero Lillo en su obra “Sub-terra” hasta la concepción planteada por Gabriel Salazar en “ser niño huacho en el siglo XX”, donde desde el núcleo más íntimo de la sociedad se ha generado en la dinámica identitaria la percepción del niño creado y criado al margen de la protección, contención y seguridad.
Esto se ha materializado a su vez en la institucionalidad, la cual recientemente producto de la presión social ejercida por las distintas investigaciones realizadas por instituciones como la Cámara de Diputados, el Observatorio para la Confianza y la Policía de Investigaciones (PDI), han dado cuenta de la necesidad urgente de cambios en la manera de garantizar el cuidado irrestricto del bien superior del niño.
Las repercusiones de esta construcción en la identidad de la infancia y juventud pueden ser variadas, desde conductas “disruptivas”, o en su extremo más severo, la conformación de la personalidad en base al trauma complejo culminando en muchas ocasiones en la conducta suicida y las toxicomanías en adolescentes. Ello ha quedado de manifiesto en el informe planteado por la Subsecretaria de Redes Asistenciales en el Informe De Mortalidad Por Suicidio En Chile: 2010-2019, el que refleja que el grupo etario que presenta la mayor cantidad de defunciones fue el ubicado entre los 25 a 29 años, seguido por el grupo entre los 20 a 24 años.
Esto implica que como sociedad civil nos cuestionemos la importancia acerca del lenguaje y los discursos que construimos a partir de situaciones como la acontecida con “el niño”, donde se promueva la reparación de una historia de vulnerabilidad como motor para la promoción y prevención en las infancias por venir.