El reciente informe Zoom de Género ofrece un espejo poco amable de nuestra sociedad al evidenciar cómo las brechas de género no solo persisten, sino que se profundizan con la edad
Así lo señala Agnieszka Bozanic Leal, docente investigadora de la Escuela de Psicología, UNAB Sede Viña del Mar. Presidenta de la Fundación GeroActivismo.
El reciente informe Zoom de Género ofrece un espejo poco amable de nuestra sociedad al evidenciar cómo las brechas de género no solo persisten, sino que se profundizan con la edad. Entre los datos más alarmantes, se destaca que las mujeres mayores quedan drásticamente relegadas de la participación laboral, un fenómeno que no puede entenderse sin considerar las múltiples capas de discriminación que enfrentan: el machismo persistente, el viejismo y una vida marcada por desigualdades estructurales.
Desde su juventud, las mujeres cargamos con mandatos que nos encasillan en roles de cuidado y nos alejan de oportunidades laborales equitativas. En la vejez, estas desigualdades cristalizan en exclusión económica y social. En Chile, solo un pequeño porcentaje de las mujeres mayores participa en el mercado laboral, y muchas de ellas lo hacen en trabajos informales en condiciones precarias. Este fenómeno no es casual, sino el resultado de una cadena de injusticias acumuladas: brechas salariales a lo largo de la vida, menores oportunidades de desarrollo profesional y la perpetua invisibilización de su trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
A esta carga histórica se suma el viejismo machista, una intersección de prejuicios que no solo discrimina por la edad, sino que castiga de manera desproporcionada a las mujeres mayores. Mientras que los hombres de su generación aún son valorados como “experimentados”, las mujeres mayores son etiquetadas como “desactualizadas”. Este doble estándar perpetúa su exclusión, afectando no solo su capacidad de generar ingresos, sino también su autoestima y sentido de pertenencia.
Las consecuencias de esta doble discriminación son devastadoras. Económicamente, muchas mujeres mayores enfrentan pensiones que no les permiten subsistir con dignidad, reflejo de una vida laboral marcada por la desigualdad. Socialmente, la falta de acceso al trabajo y a espacios de participación refuerza el aislamiento y la soledad, factores que impactan directamente en su salud mental y física.
La solución pasa por un cambio cultural profundo y políticas públicas transformadoras. Es urgente promover medidas que incentiven la participación laboral de las mujeres mayores en condiciones de trabajo que sean flexibles. A su vez, debemos desmantelar los estereotipos que perpetúan el viejismo machista, visibilizando el valor que las mujeres mayores aportan a la sociedad y reconociendo que su experiencia es un recurso invaluable.
En última instancia, abordar esta problemática es más que una cuestión de justicia intergeneracional; es un imperativo ético. Cada mujer mayor que queda atrás nos recuerda que el machismo y el viejismo no son problemas del pasado, sino barreras actuales que debemos derribar para construir una sociedad más equitativa, donde todas las personas puedan envejecer con dignidad y plenitud. Las mujeres mayores no son cifras ni historias olvidadas; son una fuerza que este Chile envejecido no puede seguir ignorando.