
La reciente muerte de un hombre en el Mallplaza Vespucio, reducido por guardias de seguridad mientras sufría un episodio de desregulación emocional asociado a esquizofrenia
Nos recuerda dolorosamente el desconocimiento que aún persiste en nuestra sociedad sobre los trastornos mentales graves. Este hecho no es solo un accidente aislado; es un síntoma de una deuda histórica con las personas que viven con diagnósticos psiquiátricos y sus familias.
La esquizofrenia es un trastorno complejo que afecta la forma en que una persona percibe la realidad, se relaciona con su entorno y regula sus emociones. No se trata de “violencia” ni de “peligrosidad” como a veces se caricaturiza, sino de dificultades profundas en el procesamiento de la información, que pueden llevar a respuestas desproporcionadas ante estímulos cotidianos. Un ruido fuerte, una aglomeración o una interacción malinterpretada pueden desencadenar reacciones intensas, difíciles de contener sin apoyo especializado.
Lo que vimos en La Florida revela dos vacíos preocupantes. El primero es la ausencia de protocolos adecuados de intervención en crisis de salud mental dentro de espacios públicos. La seguridad privada, formada mayoritariamente para enfrentar robos o riñas, carece de preparación para reconocer signos de un episodio psicótico o para aplicar estrategias de contención no violenta. El segundo vacío es cultural: seguimos sin comprender que la salud mental es parte inseparable de la salud, y que la esquizofrenia requiere un abordaje comunitario, empático y libre de estigmas.
En este caso, se denunció que la madre habría advertido sobre la condición de su hijo y, aun así, no fue escuchada. Este detalle, de confirmarse, refleja una barrera habitual: la voz de las familias y de los propios pacientes suele ser minimizada, como si la enfermedad invalidara su capacidad de ser considerados sujetos de derecho.
Más allá de responsabilidades legales, esta tragedia debe interpelarnos como sociedad. ¿Cuántos centros comerciales, instituciones educativas, servicios de transporte o espacios públicos cuentan con personal capacitado en primeros auxilios psicológicos? ¿Cuántos saben diferenciar un brote psicótico de una actitud desafiante? La respuesta, lamentablemente, es casi ninguno.
Hablar de salud mental no basta si no se traduce en acciones concretas: capacitación obligatoria en manejo de crisis, protocolos de derivación inmediata a equipos médicos, inclusión de la perspectiva de derechos humanos en la seguridad privada y, sobre todo, un cambio cultural que deje atrás la estigmatización de la esquizofrenia.
Cada vez que un episodio como este termina en muerte, se vulnera no solo a la persona afectada y su familia, sino también al principio básico de dignidad humana. La esquizofrenia no debe seguir siendo un diagnóstico condenado a la incomprensión. Nuestra obligación ética es avanzar hacia una sociedad que sepa reconocer, contener y acompañar, en lugar de reducir, esposar y silenciar.
Por Jonathan Martínez Líbano, psicólogo y director del Magíster en Educación Emocional y Convivencia Escolar UNAB.