
Probablemente hay pocos elementos que grafiquen de manera más dramática el impacto de la sociedad de consumo sobre la naturaleza como la bolsa de plástico, que, pese a haber creado solo hace 60 años, ha invadido todos los rincones del planeta, desde glaciares hasta las fosas oceánicas más profundas
El plástico, derivado del petróleo, es sorprendentemente persistente en el ambiente. Una bolsa tardará entre 150 y 500 años en degradarse por lo que se acumula en los diferentes ecosistemas y basta decir que, según datos de la ONU, el mundo generó aproximadamente 400 millones de toneladas de residuos plásticos el año pasado.
A pesar de las numerosas campañas y políticas que buscan disminuir su uso, la presencia del plástico sigue creciendo, especialmente aquel de un solo uso. Para 2050, se estima que, en peso, habrá más plástico que peces en los océanos.
Lo anterior no solo refleja su desmesurado consumo, sino también la ineficacia de las estrategias de reciclaje que, en el mejor de los casos, logran recuperar una fracción mínima. Específicamente, las bolsas de plástico, tan comunes en nuestra vida cotidiana, son las que más dificultad presentan para ser recicladas de manera efectiva.
Vemos a diario en las experiencias académicas realizadas en la asignatura de Paleoclima y Ambiente, junto a los estudiantes, como las bolsas, las fibras plásticas del vestuario, los cosméticos, neumáticos, redes de pesca y desechos de procesos de fabricación se han incorporado como parte de los elementos físicos de los diferentes ecosistemas.
Se requiere una transformación profunda, no solo en las políticas públicas o en las decisiones empresariales, sino también en la conciencia colectiva. Es necesario cuestionar un modelo de consumo que ha establecido al plástico como el material predilecto por su bajo costo y versatilidad y todos, en especial quienes trabajamos en la investigación científica, debemos involucrarnos en este cambio.