En tiempos que se acerca el aniversario de Rancagua y comienza a reescribirse un nuevo capítulo en la rica historia de nuestra capital regional
Se hace necesaria una pizca de aliento; un empujón de alegría; una mano extendida para encontrarnos y valorarnos; un alto en el camino para reconocernos como vecinos y vecinas integrantes de una comunidad que cambió los destinos de Chile.
Somos parcos y exigentes; somos tímidos y de voz ausente. Nos gusta la torta pompadour y el helado del Reina Victoria. A pesar del retail, aún compramos en el Cobrecol y pa’ la sed, una parada en El Quijote en el borde oriente de calle Astorga.
Bailamos «latino» aunque nos molesten; jugamos a la pelota en la cancha del hoyo (a pesar de su actual nombre); nos recreamos y hacemos deporte en el «Pato» Mekis; comemos sandwich donde el Tío Manolo y la Tía Julia; vitrineamos en Las Galerías y sabemos que los «revive muertos» están en el mercado.
Tenemos identidad y escapamos de ella, como si ser rancagüinos o rancagüinas nos diera verguenza. Cuando estudiamos afuera nos dicen «huasos» y si me preguntan por mi equipo yo digo: O’Higgins. Ya pero ¿cuál más te gusta?, me dijo un desubicado al que empapelé a chuchadas.
Yo soy «Celeste» desde la cuna, como canta la Trinchera. A mí no me amilanan las derrotas (como la de Audax Italiano) duelen, claro que sí, pero somos hijos del rigor y de esta tierra fecunda, que vio nacer a Oscar Castro y escuchó a los hermanos Gatica.
Levantemos a O’Higgins y Rancagua, porque estamos aporreados y a mal traer por nefastas decisiones personalistas, que tiraron por la borda los pilares sólidos que sostenían la confianza.
Nada está perdido muchachos y quien no pelea como el Padre de la Patria, no puede siquiera disputar la batalla. Vaya mi aliento a los que lean estas humildes letras, que intento juntar semana trás semana para debatir y analizar, lo que nos sucede con O’Higgins y Rancagua.
El domingo hay revancha y el estadio debe estar repleto ante la UC. Como en otras ocasiones, el empuje vendrá desde las gradas.