Cuando los dueños del club anunciaron, allá en el caluroso mes de diciembre 2022, la contratación de un técnio proveniente de la “B” argentina, muchos, me incluyo, miramos al cielo e iniciamos una plegaria
Otros apreciaron con espasmo e incertidumbre lo que se venía en el futuro cercano. Sabíamos que el torneo, más que un trago dulce, sería un calvario duro de llevar y digerir, tras años de tormentos y tristezas.
Lamentablemente, todos y cada uno de esos presagios se hicieron realidad, por más comentarios y ruegos que hicimos en los medios de comunicación. Pablo de Muner, debió irse hace 5 fechas atrás, pero a los controladores de O’Higgins siempre les gusta “estirar el chicle” hasta que corte por su propia elasticidad.
No voy a ocupar estas preciosas y necesarias líneas para buscar las culpas y responsabilidades, porque hoy el reto es salvarse del descenso a como dé lugar. Esta tarea inmensa solo puede ser empujada, como es usual, por los hinchas.
Nadie tiene más amor y pasión que ellos, para levantar a un enfermo terminal que ha deambulado de urgencia en urgencia y que no encuentra el antídoto a su ya crónico malestar.
Pablo de Muner, pasó con poca pena y cero gloria por la “Celeste”, aunque sí tuvo la decencia de abandonar el proyecto que “otros” le construyeron e impusieron. Vayan mis agradecimientos por este gesto, pero fue absolutamente tardía tu decisión, pues, el equipo ya no es equipo y los números en rojo te enfrentan a la temida destrucción de tus propias convicciones.