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Revelaciones como esta rara vez ocurren. Que nos inviten a ver Chile desde donde nunca antes lo habíamos visto. La trilogía de documentales de Patricio Guzmán: Nostalgia de la luz, El Botón de Nácar y La Cordillera de los sueños son un espejo donde reflejarnos y una inspiración para darnos ánimos y afrontar nuestras propias pesadillas como chilenos. Nuestros abuelos, madres, padres se enfrentaron a uno de los peores apocalipsis: la Dictadura. Lo mineral, la naturaleza, ríos y mar, la geografía también fueron testigos de la historia y convergen en la narración.
Lo que hace Patricio Guzmán es escuchar y transcribir la voz del desierto, el océano y la cordillera, con una lucidez narrativa deslumbrante.
El agua del pacífico tiene memoria. Los suelos del norte del país tienen memoria. Los cielos también. En las arenas del Desierto de Atacama en “Nostalgia de la luz” se sigue desenterrando Chile, con madres cavando incansablemente las entrañas de la tierra durante décadas para encontrar a los suyos. “El Botón de Nácar” comienza con una gota de agua en un cuarzo, y nos transporta a los muertos arrojados al mar, a la Patagonia y los pueblos originarios diezmados del Sur Austral y termina en las estrellas. Los huesos están hechos de polvo de estrellas. En la tercera parte “La Cordillera de los Sueños”, Los Andes vendido a la minería y de acceso denegado en muchas partes, la constitución de Pinochet, el modelo neoliberal que busca resetear la identidad y el pasado y los trenes misteriosos que cruzan el territorio.
Considero a Patricio Guzmán un artesano cuyo oficio se encuentra prácticamente desaparecido, un espigador, rastreador de huellas, forjador de vitrales, un guía en las sombras. Maestro de una ciencia inusual -un sabio de la tribu- que nos descubre conexiones insospechadas: asesinados en Dictadura y telescopios, glaciares, momias y botones de nácar, nostalgia de lluvia en un techo de zinc, dolor interminable y esperanza de futuro. Todo está en diálogo con todo. Quien haya mirado el cielo estrellado de Chile, quien haya perseguido una mariposa en el jardín, quien haya visto una luciérnaga en los bosques del Sur, quien haya perdido un hijo, padre o hermano, debería sentirse cerca de sus documentales. Me gusta pensar que hay directores que cultivan en el espectador, y uno tiene la labor de cosechar y desgranar, y volver a plantar con la esperanza de que la historia no se repita a sí misma. Con el anhelo: “Que Chile recupere su infancia y si alegría” como señala el mismo director.
La memoria de un país es recurso no privatizable.
Por Gonzalo Frías.
EN CARTELERA
“Nostalgia de la luz”, “El Botón de Nácar” y “La Cordillera de los sueños”
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