Es un lugar común decir que “Chile cambió”. Después de la crisis social que estalló en octubre del 2019 la idea se instaló. El cambio se transformó en sinónimo de conciencia. Decir que Chile había cambiado equivalía a decir que el país había tomado conciencia de las condiciones de desigualdad (económica, política, cultural, sexual), las cuales se habían hecho insoportables para una buena parte del país y que, a partir de esto, las cosas comenzarían a mejorar
Luego vino la pandemia provocada por el COVID-19. Las cuarentenas, tanto a nivel mundial como local, impactaron negativamente en los mercados. Empresas o incluso sectores completos de la economía no pudieron seguir funcionando de forma normal con las consecuencias en materia productiva, económica, de empleo y calidad de vida que eso conlleva.
Si a estas dos tremendas contingencias se les agrega la variable medioambiental, la situación se pone peor. En efecto, el presupuesto de progreso en el cual se afincan los proyectos de nacionales o regionales de desarrollo que se anclaba en la idea de que las nuevas generaciones heredarían un mundo mejor y más desarrollado que el nuestro, queda en suspenso.
La crisis económica global, el cambio climático y la falta de cohesión social, en un futuro postpandémico, empujan la agenda pública hacia la discusión por el desarrollo sostenible.
En el plano laboral y productivo, el octavo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es el relacionado con el Trabajo Decente y Crecimiento Económico.
El Trabajo Decente, como sostiene la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es un concepto que busca expresar lo que debería ser, en el mundo globalizado, un buen trabajo o un empleo digno. No es decente el trabajo que se realiza sin respeto a los principios y derechos laborales fundamentales, ni el que no permite un ingreso justo y proporcional al esfuerzo realizado, sin discriminación de género o de cualquier otro tipo, ni el que se lleva a cabo sin protección social, ni aquel que excluye el diálogo social y el tripartismo.
Al respecto, la región de O’Higgins muestra cierto retraso en relación con ciertos indicadores vinculados al Trabajo Decente. De hecho, en la región existe una matriz productiva que demanda trabajadores en puestos que requieren, en su gran mayoría, un nivel educativo medio o menor, con bajos salarios, menores incluso al promedio nacional.
En este contexto, además, hay una menor incorporación al mercado del trabajo de las mujeres respecto a los hombres. En la última medición publicada en el Termómetro Laboral de septiembre de 2021, el Observatorio Laboral de O’Higgins indica que la tasa de ocupación masculina llegó a un 59,2%, mientras que la de las mujeres fue de 34,6%. Además, salarialmente, las mujeres ganan casi $100.00 menos que los hombres.
Otro nudo problemático es el empleo informal, el cual, siguiendo la tendencia regional, ha venido en aumento durante el último año de pandemia, fuertemente en la provincia de Cardenal Caro.
La salida de la pandemia implicará desafíos comunes asociados a la construcción de una nueva realidad regional. El éxito de la forma como se organiza la región para producir bienes y servicios dependerá de cuán sostenible sea la matriz productiva en términos económicos, medioambientales, geográficos, sociales y laborales.
Mauricio Muñoz Flores
Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales.
Analista Observatorio Laboral de O’Higgins